"El ciudadano" cumple 70 años
Por Carlos A. Valle.
Por Carlos A. Valle.
Estados Unidos, 1938. Un programa radial lanza una alarmante noticia para provocar el pánico de los oyentes: se ha producido una invasión de extraterrestres con fines de dominación y destrucción. El dramatismo de la presentación induce a que muchos tomen la información como fidedigna, lo que provoca un gran revuelo.
Con el tiempo, el repetido recuerdo del relato fue aumentando las dimensiones de su impacto y los hechos pasados adquirieron cierta trascendencia épica. De todas maneras, ese programa llegó a ser uno de los ejemplos clásicos sobre el poder de los medios, entre otras cosas, para inducir reacciones de temor y ansiedad sobre la seguridad.
Orson Welles, con sus escasos 25 años, no era inocente al producir ese programa radial basado en la obra de H.G.Wells, “La guerra de los mundos”. Pero no era menos inocente al dedicarse a la realización de una obra fílmica que crearía una polémica mediática que llegó a ser un ejemplo claro sobre el poder de los medios y sobre la lucha mediática.
Al cumplirse los 70 años del estreno de “El Ciudadano” (Citizen Kane, 1941) es valioso recordar los sucesos que giraron alrededor de la producción y estreno de esta película que, por mucho tiempo, figuró entre los mejores filmes de toda la historia. Actualmente, a partir de nuevas propuestas de comunicación audiovisual, su destacado sitial comenzó a ser cuestionado tal como lo hace David Thomas en la prestigiosa publicación Sight and Sound (Enero, 2011)
La historia del magnate de la prensa escrita tenía en el filme demasiadas aristas que lo vinculaban con el, en aquel entonces, potentado William Randolph Hearst. Se comentó mucho en esa época que estaba en total desacuerdo con la idea de la película, pero lo que le provocaba mayor irritación era la repetición en el filme de la misteriosa palabra, “Rosebud”, porque se dice que Hearst la usaba para referirse a partes íntimas de su amante.
Welles intentó, en un momento, desvincular su historia de la vida real y de cualquier referencia a Hearst, aunque en otros momentos lo dio claramente a entender. Barbara Leaming en su biografía de Welles, con quien se entrevistó innumerables veces, reconoce los vaivenes de las declaraciones de Welles según se tratara de elogiarse o de evadir la incriminación de los abogados de Hearst.
Hearst (1863-1951) inicia su camino en los medios, luego de sus frustrados estudios, dirigiendo en San Francisco un periódico que había adquirido su padre. La innovación que impuso en la publicación, como la fotografía y el gran titular, le dio un muy buen resultado. Además, añadió un contenido sensacionalista. Se recuerda el impulso que le dio a la guerra de Estados Unidos con España por el territorio cubano. La impronta que produjo en los diversos medios en los que incursionó marcó un tipo particular de comunicación masiva que fue adoptada en muchas partes del mundo.
Pretendió ser elegido gobernador del estado de Nueva York y luego alcalde, pero fue en vano. Nos obstante, ostentaba ya un gran imperio que en su máximo esplendor, a mediados de los años treinta, contaba con 28 diarios y 18 revistas. Pero entre la Gran Depresión -que evaporó enormes fortunas- y el rechazo a sus convicciones políticas le provocaron un fuerte aislamiento que deterioró gravemente su dominio.
En el momento en que Welles produce su filme, Hearst está experimentando su declinación pero aún conserva una fuerte influencia en los medios. Antes de su estreno el filme, en una edición no definitiva es ofrecido a un grupo de periodistas entre los que se filtra Hedda Hopper, una columinista de chimentos, que anuncia después de su proyección que el filme “era un despiadado e irresponsable ataque a un gran hombre”. Enseguida se produce la reacción tratando de impedir el estreno del filme. Prontamente se hacen llegar amenazas a varios de los magnates de la industria cinematográfica con el mensaje: “El Señor Hearst dice que si ustedes muchachos quieren vidas privadas, les daré vidas privadas.”
Juicios, declaraciones, desmentidas, miedos a represalias, crean una atmósfera que logra detener el estreno del filme y se opta por presentarlo en áreas no tan afines a los tentáculos de Hearst. Una vez más, aquí los hechos alrededor del filme crean una atmósfera publicitaria muy atrayente para los medios. El mismo Welles siempre mostró una preferencia por cierto lado sensacionalista de su trabajo.
Con el tiempo, el filme fue acumulando un creciente reconocimiento por su propio valor cinematográfico más allá de los acontecimientos que lo acompañaron. Dejando de lado una apreciación sobre la obra misma, es importante rescatar como una propuesta, en buena medida independiente, produce un serio choque contra la estructura rígida de los medios. Aquí nos encontramos con un medio enfrentado a otro medio y produciendo un estremecimiento en su misma estructura. Es como si una fisura en su sólido orden sacara a la luz las ocultas redes de la manipulación comunicativa.
El temor que busca desatar Hearst a los magnates de la industria cinematográfica desnuda la intima relación entre quienes conducen los medios y la orientación de los mismos. La publicidad que Welles buscó con cierto descaro llevó a que se desatara una reacción en cadena cuyos alcances los mismos medios irían diluyendo con el tiempo, reduciendo lo sucedido a un episodio ocasional, pintoresco, sin mayor trascendencia. Se dirá: fue un filme, un buen filme, pero no ha afectado la estructura mediática que se repuso pronto de este pequeño incidente. De todas maneras tampoco puede obviarse el hecho de que “El ciudadano” también llegó a constituirse en un claro ejemplo de los vericuetos y debilidades de los mismos medios, aunque no siempre se intenta mirarlo desde esta perspectiva.
Una descripción crítica de un magnate de los medios, cuya semejanza con el real Hearst era difícil de negar, abre la caja de Pandora de todo lo que se oculta de los medios mismos. La actual concentración mediática de dimensiones globales en todas las áreas ha desarrollado nuevas y más sofisticadas maneras de solidificar un imperio que ha aprendido a no caer en la debilidad de la crítica que abre flancos en la ciudadela propia.
En la presente discusión sobre la propiedad de los medios de comunicación, de la búsqueda de una estructura de medios que permita dar voz a los acallados, limitar el poder de los dueños de multimedios, lo sucedido hace setenta años sigue proveyendo una importante mirada para comprender algunos de los desafíos presentes.
Fuente: Agencia de Noticias Prensa Ecuménica